lunes, 1 de junio de 2009

A Villaguay...

Camino la ciudad como un extraño
Saliendo de la tarde y entrando a las estrellas,
Ella me observa, me mira callada
Y se abre para mí como un ensueño
Dejándome que la recorra,
Descubriéndole las calles
Y surcándole sus pobres y aguardantes esquinas.
La ciudad es como una música
Que nos llega de ninguna parte
Y también de todos lados,
Son los faroles amarillentos
Que nos sueñan las sombras y las cumplen.
Dentro de su corazón de pueblo,
Que poco a poco se tiñe de cemento y hormigón,
Late la frescura del aire
que aun vaga salvaje por el viento
y perfuma la piel como invitando a nunca partir.
La ciudad conoce los misterios de la gente
le sabe los secretos
porque también los vio nacer desnudos
y convertirse en polvo siguiendo un mandato divino.
La ciudad tiene ojos de niño
y una inexplicable magia que la envuelve.
Olor a jazmines,
y árboles antiguos que riegan flores
convidando belleza.
La ciudad a veces tiene lluvia y tiene gris
y es dueña de todo lo que nombra
porque posee todo el universo que uno es capaz de perseguir.
En cada esquina espera un milagro
porque revientan de vida sus veredas
y las plazas nacen cada noche
a resguardar por toda historia que comience.
Yo camino la ciudad como un extraño
extranjero de sus tierras y sus cielos,
la transito como besándole los labios
como acariciándole la piel en cada paso,
y se me entrega
cobijándome de la tristeza de añorar
todo lo que atrás he dejado
solo para llegar hasta aquí
y encontrarme con ella
que siempre estuvo, y estará,
aguardándome de bienvenidas.
Y en cada adiós que le profiero
como un amante inconstante,
ella respira la eterna calma de saber que siempre,
siempre,
nos espera un nuevo encuentro.

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