miércoles, 24 de junio de 2009

...

Los acordes resucitan tibios
flotan colmados de sutil liviandad
como si fueran burbujas
que al minimo roce revientan
contra nuestra piel tapizada de dudas con espinas.
Nosotros vemos como se pasean por el aire
disfrutando ingenuamente de su libertad transitoria
de su eternidad a nuestra merced.
Ellos transitan por la habitacion
algunos revientan solos,
un mero suicidio,
como si ya no les alcanzara para vencer el silencio.
En cada uno se nos abre una puerta,
como una invitacion a perderse en lo prohibido,
y alla vamos, casi levitando con ellos.
Develando los misterios de las cosas que perdimos
entendiendo de una vez
que las canciones duelen, definitivamente,
aunque nos besen tambien otro poco las heridas.
Desde los auriculares nace esa magia
que se derrama sobre lo perpetuo del pasado gris.
Y alli nosotros, sin enterarnos de los limites
seguimos con el nudo en la garganta
de no poder llorar mas que realidades que no fueron.
Es inevitable pensar que en algun momento
quizas nos encontremos,
ciegos de silencio,
atormentados de no entender casi nada de nostros mismos,
y en el preciso instante
cuando se olvidan los reproches,
y se acaban las logicas del universo,
quizas de un modo repentino,
al infimo contacto de los labios
terminemos estallando.

2 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. El otro día me quedé pensando en esto de esas canciones que duelen (si, esa dolió muchísimo en mi otra vida). Me di cuenta que muchas veces canciones que al pasar nos dedican, muy al pasar, luego obtienen un peso demasiado específico, demasiado turbulento, demasiado doloroso.
    Pasado el tiempo el peso cede, y mágicamente encontramos un nuevo sentido a esas palabras que quizá ahora explican eso que antes otra persona sintió. Pero no es lo mismo, nunca es lo mismo, nada es lo mismo. Uno cobra, o quisiera cobrar (yo quiero creer que uno puede) una experiencia tal que no cometería el crimen de dedicar algo tan.. cómo decirlo, tan íntimo sin haberlo chequeado tres mil veces con la almohada, con los sueños, con las palpitaciones que se aceleran, con los dolores propios de ausencias, con la felicidad de las bienvenidas y los abrazos de oso.
    Llega un punto en la vida de uno, y digo de uno porque no me animo a hablar por los demás, que uno no osaría decir ciertas cosas sin tener la certeza (psicótica, porque no existe la certeza) o la aseveración minuto a minuto que uno siente aquello que ha declarado, como mínimo; para que el día de mañana una canción dedicada no sea puesta a contrastación de sentimientos, y en caso de ser comprobada, que salga aireosa cada vez..

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